sábado, 26 de junio de 2010

María, Perpetuo Socorro de los Pecadores

León XIII, quien poseía una profunda devoción infantil hacia María, dijo que «la Virgen Madre de Dios es auxilio constante y clementísimo del pueblo cristiano. El poder que le ha sido entregado es casi ilimitado».

Con esta nota de León XIII, me gustaría comenzar este artículo dedicado a nuestra Madre, que en el mes de Septiembre, junto al de Mayo, son los meses, por excelencia, que la Iglesia dedica a María. Una mujer que teniendo miedo, luchó, que sin saber lo que se le vendría encima, confió en Dios plenamente: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho”..(Lc 1, 37)

Ella, siempre será intercesora, auxiliadora, protectora, misericordiosa y ,como la advocación tan hermosa que tiene nuestra Virgen, Perpetuo Socorro de los Pecadores.

«Todas las generaciones la llamarán bienaventurada» ( Lc 1, 48)

Ya en el Evangelio, nos cuenta, como Hija y como Madre, que a lo largo de su vida, siempre estuvo pendiente de los que le rodeaban.

Antes y después del nacimiento de Jesús, María realizó la visita a su prima Isabel, acompañó a José, su esposo, a inscribirse al padrón, sabiendo lo avanzado que se encontraba su embarazo, protegió a su Hijo cuando tuvo que huir a Egipto con José...

Un ejemplo excelente del poder y la misericordia de Nuestra Señora se encuentra en la narrativa de las bodas de Caná en el Evangelio. Habiéndose dado cuenta de la escasez del vino en la fiesta que celebraban, María tuvo la preocupación de que eso podría causarle vergüenza al anfitrión. «Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”. Y Jesús le dijo: “¿Qué deseáis de mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora”. Su madre dijo a los que servían: “Haced todo lo que os dijere”».(Jn 2, 1-11).
Ella va al encuentro de las necesidades del hombre, y al mismo tiempo, se introduce en la misión de Cristo. Se da una mediación: María se pone “en medio” entre su Hijo y los hombres no como una persona extraña, sino en su papel de Madre, consciente de que, “tiene el derecho” de presentarnos a Él. María «intercede» por los hombres.

«¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!» (Lc 11, 27).

Durante la Pasión de Nuestro Señor, estuvo siempre acompañando a su Hijo y hubo un momento muy importante para los cristianos. «Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre y la hermana de su madre. María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo". Luego dice al discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19, 25–27). Jesús mostraba una nueva relación entre Madre e Hijo. La Madre de Cristo es entregada a los hombres, a cada uno y a todos, como Madre, acercándola más a nosotros. Este hombre, que nos representa, se encontraba junto a la cruz, y era Juan, «el discípulo que él amaba» y a través de él, nosotros nos vemos identificados.

«Madre de Cristo, madre de los hombres».

La Santísima Virgen no es una divinidad. Ella no podía cambiar el agua en vino, pero sabía que Jesús sí podía hacerlo, por eso, fue mediadora de los hombres. De tal manera que, viendo las necesidades de sus amigos, durante la boda, acudió inmediatamente a su Divino Hijo.
Desde entonces, durante dos mil años, la Santísima Virgen María ha mostrado repetidas veces su poder y clemencia al venir en auxilio de los hombres, a veces sin que ellos ni siquiera lo supieran.

José Miguel González

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